Prefacio

viernes, 23 de abril de 2010

Cuando el Ayuntamiento de Santo Domingo se enorgulleció recientemente de colocar el nombre de “Juan Barón” a una plazoleta de la costa bañada por el mar Caribe, en medio de la total complicidad de los muy laureados miembros de la “Academia Dominicana de la Historia”, del silencio unánime de los profesores de Historia de las escuelas y universidades, la participación activa de los reputados historiadores de la famosa comisión de “Efemérides Patria” dependiente del Poder Ejecutivo, la aparente indiferencia de los miembros del Senado y de la Cámara de Diputados, este libro que reivindica el papel de las grandes mayorías de dominicanos como protagonistas de las conquistas democráticas alcanzadas en cuatro siglos, ya estaba listo para ir a imprenta.

Este hecho aparentemente sin relación está en el mismo eje de una lucha sorda y pacífica por el momento, en el terreno político e ideológico, que es importante que toda la población dominicana y el mundo conozca. Ese hecho forma parte de un plan estratégico de lucha de un sector de la clase gobernante dominicana, que actúa como punta de lanza de las fuerzas internacionales negadoras del derecho de las naciones a la autodeterminación. Sus partidarios están enrumbados por el camino de negar los fundamentos democráticos de la nación dominicana; en el lado diametralmente opuesto se encuentra el rumbo de la investigación y acopio de documentos para fortalecer en la población dominicana sus luchas por una patria libre, soberana e independiente de toda potencia extranjera. Aparecen “almas cándidas” que buscan una historia “objetiva” e imparcial”. Pero veamos.

No es “objetivo” ni “imparcial” recordar como a un héroe digno de admiración y modelo a seguir para las actuales y futuras generaciones a Juan Barón, un sujeto fanático partidario de la dominación colonial española y francesa cuyas hazañas fueron las de aplastar la lucha por la libertad de cientos de negros esclavos que reclamaban la aplicación del artículo 9 del Tratado de Basilea. Los muy elevados valores civilizados y cristianos de Juan Barón, el genocida que apesta a masacres sangrientas contra hombres y mujeres que solo aspiraban a no ser esclavos, había que rescatarlos y elevarlos a la categoría de paradigmas de los gobernantes y empresarios dominicanos que le han erigido su monumento. Ese esclavista de la misma estirpe que el papa Pío VI, entendía que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre proclamada por la Convención de la Revolución Francesa que abolió la esclavitud, era un acto diabólico, satánico, un atentado a las leyes establecidas por el imperio romano y atribuidas al dios bíblico cristiano, en la conocida “Carta a los Efesios” capítulo VI. Se entiende que dentro del marco de la política de “Cristianizar” al continente latinoamericano, como lo planteó Juan Pablo II cuando visitó la República Dominicana en l992, el mundillo católico de empresarios neoliberales, enemigos rabiosos de todas las luchas por la libertad e independencia del pueblo dominicano, tomó esa calculada iniciativa de levantar a sus héroes y los valores negadores de los principios de autodeterminación de los pueblos que fundamentan la democracia.


“Origen y Desarrollo de la Nación Dominicana” es el resultado de muchos años de esfuerzo individual y colectivo. Los trabajos de rescate de documentos que arrojan luz sobre la historia de la colonia española en el seno de la cual surgió y se desarrolló la nación dominicana, fueron auspiciados por el gobierno democrático de Horacio Vázquez en 1925. Desde la proclamación de la Separación en 1844, el pueblo dominicano había tenido que luchar contra la anexión a la “madrastra cruel” para restaurar la República en 1865. La ocupación militar norteamericana de 1916 hasta 1924 removió las profundas raíces de la dominicanidad para lograr sacar las tropas norteamericanas sin permitirles establecer bases militares. Conocer más y mejor la historia patria para encontrar nuestros puntos débiles, y las razones y circunstancias que han permitido vencer a enemigos extremadamente poderosos, se convirtió en una necesidad urgente y fundamental. Miles de páginas fueron copiadas por paleógrafos en archivos de Francia, España, Inglaterra, y otros países, bajo la dirección de Américo Lugo y de Máximo Coiscou Henríquez. Para 1928 el país recibió miles de documentos que contradicen las versiones rabiosamente justificadoras de la política teocrática esclavista y colonial como es el libro “Historia de Santo Domingo”, de José Gabriel García. Estos miles de documentos representan un precioso tesoro cultural. No resulta sorprendente de que no hayan sido utilizados por los “historiadores” oficiales de la dictadura de Rafael Trujillo para corregir los absurdos y mentiras inescrupulosamente presentadas como verdades. Después de 1961, el enorme poder adquirido por la Iglesia católica durante la dictadura iniciada en 1930, superando con creces el que tenía durante la dominación colonial española, impuso versiones “históricas” cocinadas en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. En la Universidad Autónoma de Santo Domingo la Iglesia Católica se valió del “liberalismo interiormente podrido” en su forma de revisionismo “marxista” para evadir el uso de los documentos que tantos esfuerzos costaron a esos dos jefes de la investigación histórica. Dentro de unos veinte años se cumplirá un largo siglo en que esos documentos fueron entregados al Estado dominicano para que se dieran a conocer al pueblo dominicano que con sus impuestos costeó los trabajos de investigación en Europa según consta en las partidas del presupuesto de la Secretaria de Estado de Relaciones Exteriores a partir de 1925. “Orígenes y Desarrollo de la Nación Dominicana” es un ajuste de cuentas a tantas infamias presentadas como “Historia Dominicana” o “Manual de Historia Patria” escritas sin pudor alguno por intelectuales al servicio de las potencias que oprimen al país y pueblo dominicanos.

La mayoría de los documentos ocultados en los manuales de historia utilizados en las escuelas y universidades evidencian cómo todas y cada una de las conquistas democráticas alcanzadas por la población criolla han sido pagadas al precio de grandes sacrificios entre los que es preciso señalar la muerte en la hoguera, en la horca, a balazos, a espada, las mutilaciones de hombres vivos y de cadáveres, las condenas a decenas de latigazos incluyendo a mujeres negras preñadas como la compañera de José Leocadio, luchador por la libertad, la independencia y la soberanía de los dominicanos , en 1812.




Este es el prócer de la independencia de la nación dominicana más escondido y, sin lugar a dudas, el luchador por la libertad y la independencia cuyas lecciones y ejemplos fueron de mayor impacto en la sociedad dominicana en el primer cuarto del siglo XIX.

Las fotos de los esqueletos de esclavos amarrados con cadenas, encontrados en un centro de tortura de los padres franciscanos, y dados a conocer por el eminente antropólogo anatomista Luna Calderón, constituyen una prueba irrefutable no solo del uso de la tortura por los sacerdotes católicos esclavistas sino y sobre todo de la falta de arrepentimiento por esos crímenes de lesa humanidad de parte de aquellos que, amparados en el Concordato firmado por el sanguinario dictador Rafael Trujillo y el Papa Pío XII, persiguieron a este antropólogo hasta su muerte por haberse atrevido a romper con la regla del silencio. Esta obra rompe igualmente con esa regla del silencio y expone a los ojos de la comunidad científica y a todos aquellos que son capaces de fundamentar sus argumentos en pruebas irrefutables, los infames y genocidas crímenes de esa Iglesia Católica contra la nación dominicana desde sus albores en el siglo XVI y mucho antes con las etnias aborígenes exterminadas implacablemente.

Abordados los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, partiendo de documentos de la colección Lugo y de la colección Coiscou, hemos podido verificar, comparar, analizar y evaluar versiones de la historia del pueblo dominicano acomodadas a los intereses de los colonialistas españoles, franceses e ingleses. Hasta los conceptos de “pobreza” y “miseria” de la población en la época de la dominación colonial española han sido enfocados tomando en cuenta la gran diversidad de experiencias que correspondían con la realidad del fenómeno colonial. La visión unilateral que reducía la existencia del negro a la esclavitud o a la condición de negro alzado en manieles o palenques que era un dogma para quienes abordaron el tema partiendo de trabajos de investigación de autores cubanos y brasileños, queda reajustada en lo cuantitativo y lo cualitativo. Partiendo de los documentos aportados por las pesquisas de Américo Lugo hemos descubierto un negro criollo dominicano participando en los intercambios económicos y culturales con ingleses, franceses y holandeses. Lo hemos descubierto como propietario de tierra y de ganado, como habitante que competía en la calidad de ropa lujosa con el mismo gobernador y presidente de la Real Audiencia de Santo Domingo. Lo hemos descubierto formando parte de las milicias criollas que mantenían a distancia las apetencias expansionistas de los colonialistas ingleses y franceses. Lo hemos descubierto luchando por la libertad dentro del marco de la dominación colonial española e imponiendo durante más de cincuenta años de lucha la existencia del pueblo negro de los Minas en la margen oriental del río Ozama, derrotando así las intrigas e injustos reclamos de la congregación de la Orden de los Jesuitas. Estos documentos sobre estos aspectos de la vida de los negros y de los mulatos han arrojado luz para entender por qué motivo no existe ningún dialecto o patois de la lengua española en el



español hablado por los dominicanos y sobre todo el por qué la población negra y mulata no ha actuado como una masa marginada de los problemas políticos de la sociedad como ha sucedido en las otras colonias españolas del Gran Caribe.

A la memoria del combatiente de la libertad e independencia de la nación dominicana José Leocadio y a sus compañeros descuartizados y fritos en alquitrán el 29 de agosto de 1812, por decisión de un tribunal colonial e inquisitorial católico, está dedicado este libro de Historia.

En el estudio y publicación de estos documentos sometidos a ocultamiento ha jugado un amplio rol la pasión por la verdad científica y la absoluta convicción de que la ciencia, la cultura, deben de estar al servicio de las grandes mayorías que con su trabajo crean las riquezas de las naciones para que sean ellas las que dirijan su propio destino.

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